Primero las declaraciones de Lara, presidente del grupo Planeta, dejando claro que una hipotética independencia de Cataluña obligaría a su grupo empresarial a deslocalizarse de Barcelona, previsiblemente hacia Madrid. Después los, más o menos soterrados, pronunciamientos de las asociaciones empresariales catalanas en los que aceptan que el gobierno de Cataluña presione a Madrid para lograr el pacto fiscal, pero en los que, al mismo tiempo queda claro de manera contundente, que una hipotética independencia de Cataluña es una línea roja que no se puede pasar.
Y hoy, la encuesta que publica La Vanguardia. Más allá de los resultados puramente electorales en los que deja a CiU al borde de la mayoría absoluta, con caídas significativas de todos los partidos constitucionalistas –antiindependentistas-. Más allá de que el 84% de los catalanes se declare a favor de la convocatoria del referéndum. Lo realmente clarificador es la manera en que se plantea la doble pregunta sobre el resultado del referéndum de independencia. La primera dice literalmente así: “si se convocara un referéndum para decidir sobre la independencia de Catalunya respecto de España, ¿qué cree que votaría?”. El 54,83% estaría a favor de la independencia y el 33,54% en contra. La segunda pregunta se enuncia así: “Si Catalunya hubiera alcanzado con el Gobierno central un acuerdo para obtener un pacto fiscal similar al concierto del País Vasco, entonces ¿cuál sería su voto en un hipotético referéndum sobre la independencia?”. En esta segunda pregunta, sólo el 47,68% estaría a favor y el 44,85% estaría en contra.
Demasiado obvio el planteamiento como para no entenderlo. Ya ven ustedes que la ciudadanía nos respalda en nuestra legítima reivindicación del Estado Catalán, pero como pueblo sensato que siempre hemos sido, estaríamos dispuestos a esperar, a cambio de lograr ya, y de una vez por todas, el anhelado pacto fiscal. Es decir, acepten ustedes, señores del gobierno de Madrid, el pacto fiscal y olvidémonos de este, para todos, escabroso asunto.
La apuesta, inteligente, no está exenta de riesgos. El primero y más importante es empujar a la ciudadanía en una dirección en la que es fácil traspasar el punto de no retorno. Cataluña entera está ya plagada de senyeras esteladas. El segundo, es que el propio líder perciba la situación como una oportunidad única de trascender y quedar, para siempre, en la historia del país como su verdadero y único libertador. Dado ese paso, tampoco habría ya retorno.
Los órdagos son siempre jugadas arriesgadas.