quinta-feira, 6 de setembro de 2012

Salir del euro para lograr un trending topic

Acabo de leer que Gaspar LLamazares (Izquierda Unida) propone como solución, me imagino que como reacción al encuentro Merkel - Rajoy, que España abandone el euro. 
 
Sería deseable que los políticos, más allá que hacer declaraciones pensando en acaparar los titulares de prensa por un día o en regalarle los oídos a los millones de ciudadanos decepcionados, cuando no desesperados, analizasen con sensatez las consecuencias de las propuestas que se atreven a hacer. Y sobre todo, que desarrollasen con algo más de profundidad, cuál es el plan. 
 
Las nefastas consecuencias de la salida unilateral, por parte de un estado, de la moneda única, es un tema manido en exceso. Para no aburrir, intentaremos sintetizar aquí las principales repercusiones. 
 
En primer lugar, cualquier indicio de que se va a abandonar el euro provocaría retiradas masivas de fondos del sistema bancario y salidas de capitales del país, como ya está ocurriendo en España, acentuando aún más la gravísima crisis bancaria que ya padecemos. Para frenar esa hemorragia sería inevitable prohibir la retirada de dinero de los bancos, reeditando el corralito argentino de 2002. Como se ha demostrado en Argentina, la limitación a la retirada de depósitos unida a la contracción del crédito por parte de la banca, reducirían dramáticamente el consumo y la inversión, lo que se traduce en menor producción y más paro. 
 
Los defensores de la salida del euro argumentan que una moneda propia permitiría ganar competitividad en los mercados internacionales a través de las consiguientes devaluaciones de la nueva moneda. La devaluación tendría que ser, con toda seguridad, muy importante, no solo por la necesidad de incrementar la competitividad, sino también porque los mercados de divisas sobre-reaccionarían, debido a la enorme incertidumbre que se generaría. 
 
Pero además, como la baja competitividad es un problema estructural, que no monetario, al poco tiempo las iniciales ganancias de competitividad acabarían siendo absorbidas por la inflación, por lo que habría que ir a sucesivas devaluaciones, convirtiéndonos cada vez en un poco más pobres.
 
Por otro lado, la deuda externa está, normalmente, denominada en euros o en dólares. Si se mantiene esa denominación, el valor de la deuda en términos de la nueva moneda nacional, se vería tremendamente incrementada y sería imposible poder hacer frente a su devolución. Si se optase por reconvertir la deuda denominándola en la nueva moneda nacional, los acreedores verían tremendamente reducido su valor en euros, lo que equivaldría, en la práctica, a un default. Obviamente, la reacción de los mercados de capitales sería dejar de comprar deuda de ese país durante mucho tiempo. 
 
Las sucesivas devaluaciones, unidas a la incertidumbre generada en el mercado de divisas, incrementarían muy considerablemente los tipos de interés, lo que se traduciría en cada vez menor consumo y menor inversión, o lo que es lo mismo, menos producción y más desempleo.
 
Esta sería, en esencia, la senda que recorreríamos para volver a los años sesenta del pasado siglo.
 
Claro que siempre nos quedará el recurso de asaltar supermercados... eso sí, abastecidos únicamente con productos nacionales, porque los de importación habrá que seguir pagándolos con los euros que ya no tendremos.

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