Menos samba e... máis trabalhar

Un mal sueño en una noche de invierno

La selección española de futbol revalidó ayer, 24 de junio de 2018, su título de campeón mundial al vencer en Moscú a la selección anfitriona, Rusia por 0 goles a 2. Culmina así un ciclo de diez años, en los cuales España ha consolidado su hegemonía mundial en el deporte rey.

Después de ganar el campeonato de Europa en Viena en 2008, España fue subcampeón en Sudáfrica al perder por 2-3 frente a Brasil hasta aquel momento verdadero referente mundial a lo largo de toda la historia de este deporte. Sin embargo, cuatro años más tarde España se toma la revancha en un memorable partido al derrotar a Brasil en el mismísimo Maracá -templo del futbol brasileño- por un contundente 1-3. Con la victoria de ayer España acumula dos campeonatos y un subcampeonato en las tres últimas ediciones del mundial.

Este relevo en el liderazgo futbolístico mundial discurre parejo a la contraria evolución económica, social y política de ambos países.

En 2010 España, si bien sumida en una profunda crisis económica, estaba todavía entre las diez potencias económicas mundiales. Brasil, aunque apuntaba ya enormes potencialidades de futuro, era todavía un país en desarrollo con enormes desequilibrios internos, tanto en lo social como en lo económico. En ese momento, para la sociedad brasileña el futbol era la principal seña del orgullo y de la autoafirmación patriótica y actuaba a modo de bálsamo que servía para paliar las enormes carencias de buena parte del pueblo brasileño. En España, por el contrario, el futbol no era más que un espectáculo deportivo del gusto de muchos de sus ciudadanos, pero que casi nunca traspasaba los límites de lo lúdico.

Ocho años más tarde el futbol se ha convertido en asunto principal para la sociedad española. Con el país en continua debacle económica, incapaz de recuperarse desde que entrase en recesión en 2009, con cifras de paro que superan el 25%, con una deuda pública que se sitúa este año en el 150% del PIB, con enormes problemas sociales entre la población inmigrante -que había recalado en el país en los primeros años de este siglo- y la población autóctona, con graves tensiones políticas por las pretensiones secesionistas de algunas de sus regiones más desarrolladas y que no ha sido capaz de atajar la reforma constitucional llevada a cabo hace cuatro años por la que se diseñaba un estado federal, el futbol se ha erigido en el único aglutinante, en santo y seña de la españolidad. Ayer, en la multitudinaria manifestación de júbilo que tuvo lugar en Madrid para celebrar el campeonato del mundo, se han producido altercados que costaron la vida a quince personas.

En el Brasil de hoy el futbol ha perdido gran parte de su protagonismo y no es más que un espectáculo, agradable de ver para muchos de sus ciudadanos, pero que no trasciende ya de la esfera deportiva. Este país ha alcanzado este año el quinto puesto en el ranking de las economías mundiales, por detrás de China, EE.UU., Japón y Alemania. El vertiginoso crecimiento económico se ha traducido en un nivel de bienestar, tanto en educación como en sanidad, que sería inimaginable sólo diez atrás. Así se explica que en el segundo maracanazo de la historia, protagonizado por España hace cuatro años, apenas hubiese ya incidentes en las calles de Río de Janeiro. Nada que ver con aquel suicidio colectivo que tuvo lugar en el mismo escenario cuando en 1950 Uruguay derrotó a Brasil por 1-2 en la final del campeonato del mundo de aquel año. En el campeonato que finalizó ayer, la selección de Brasil quedó eliminada en cuartos de final. Ningún drama en el país, más allá de las típicas polémicas alimentadas por la prensa deportiva. Brasil es ya un país moderno.